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Requisitos para estudiar las Escrituras


Estudiar las Escrituras no es solo una responsabilidad de pastores y maestros, sino un llamado para todo creyente comprometido con la verdad.

El pastor y predicador debe ser ejemplar en la precisión al manejar las Escrituras (2 Timoteo 2:15). Pero no significa que solo ellos son responsables de hacerlo, todos los creyentes deben examinar cuidadosamente la Palabra de verdad, a fin de interpretarlas correctamente. Un ejemplo de esa actitud la encontramos en los nuevos creyentes de Berea, quiénes al escuchar el mensaje del evangelio de labios de Pablo permanecían “escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así.” (Hechos17:11). La nobleza de los bereanos consistía en examinar las Escrituras para comparar la enseñanza de Pablo con ellas.

Igualmente, es importante notar la persistencia en su estudio de la Escritura. El pasaje citado dice que escudriñaban diariamente. El estudio de los bereanos no era casual y descuidado sino continuo, esforzado y detallado. Para manejar con precisión la Palabra de verdad no solo hay que escudriñar, sino que debe hacerse permanentemente. Lo cual nos lleva a la pregunta ¿Cuáles son los requerimientos indispensables para estudiar, entender y aplicar la Palabra de Dios? Si todo creyente y en especial el predicador es llamado a manejar con precisión la Escritura, ¿Cuáles son los fundamentos para hacerlo? En primer, el que escudriña la Escritura debe haber nacido de nuevo. Esto suena obvio y hasta simple, pero es de suma importancia. Pablo explicó en 1 Corintios 2 que los incrédulos no pueden comprender la sabiduría de Dios, porque la sabiduría y el poder de ellos son terrenales. (vv. 6, 8). Sin embargo, los creyentes, es decir los que aman a Dios, sí la pueden entender porque esta sabiduría ha sido preparada y revelada exclusivamente a los regenerados (v. 9). En este pasaje Pablo también afirma que el Espíritu de Dios capacita a los creyentes para entender la sabiduría de Dios y comprendamos la salvación gratuita que nos ha sido dada (1 Cor 2:12–13).

Esto no quiere decir que el mensaje de la Escritura no pueda ser leído y entendido intelectualmente por los incrédulos; sin embargo, para ellos es locura y no aceptan el mensaje, porque lo evaluan carnalmente (v. 14). El hombre natural no comprende correctamente el mensaje de la Escritura porque no conoce a Dios; el incrédulo está muerto en sus pecados y no tiene capacidad de entender y responder a la Palabra de Dios. Así que, para interpretar correctamente la Palabra de Dios, el estudiante debe ser un verdadero creyente. La habilidad natural y la aplicación de la lógica humana no son suficientes para entender la sabiduría de Dios revelada en la Escritura. La historia de la iglesia nos muestra épocas oscuras en que la Escritura era interpretada por incrédulos y perversos con el resultado de que su enseñanza era torcida y no de acuerdo con la piedad

En segundo lugar, el estudiante de la Escritura debe tener un aunténtico deseo por la Palabra de Dios. El apóstol Pedro escribió: “Por tanto, desechando toda malicia, y todo engaño, e hipocresías, y envidias y toda difamación, deseen como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para salvación,” (1 Pedro 2:1–2) Generalmente centramos nuestra atención en la última parte de este pasaje: “deseen como niños, la leche pura de la palabra.” Es cierto que como creyentes debemos desear las Escrituras de la misma forma en que un bebé desea su alimento. El autor del Salmo 119 escribió 176 versos que reflejan su intenso deseo por estudiar, aprender, aplicar y obedecer la Palabra. En este salmo encontramos expresiones como: “Mi alma guarda Tus testimonios, Y en gran manera los amo” (Salmo 119:167). Y también “Anhelo Tu salvación, Señor, Y Tu ley es mi deleite” (Salmo 119:174). Desear ardientemente la Palabra de Dios es la característica que sobresale en quién quiere interpretar adecuadamente la Escritura.

Sin embargo, Pedro comenzó el pasaje mostrando la manera en que nuestro deseo por la Palabra de Dios ha de ser cultivado. Pedro comienza diciendo: “Pues han nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece.” (1 Pedro 1:23). Para cultivar nuestro deseo por la Palabra de Dios debemos recordar que Dios nos impartió vida por medio del evangelio de la Escritura. Pero también es el medio que Dios usa para nuestra continuo crecimiento. Dicho de otra manera, no solo fuimos vivíficado por la Palabra, sino que somos continuamente santificados por ella. Ella es fuente de vida.

Por otro lado, para cultivar el deseo ardiente por la Palabra de Dios el creyente debe rechazar las prácticas pecaminosas. Pedro lo resumió mencionando “toda malicia y todo engaño, e hipocresía, envidias y toda difamación”. Es obvio que esta lista de pecados no es exhaustiva, pero es representativa de los pecados que constantemente asedian al creyente. Sobresale el hecho de que los pecados mencionados por Pedro en esta lista implican tener motivos ocultos; mostrar una faceta, pero vivir otra realidad. El corazón es engañoso más que todas las cosas. El deseo por la Palabra de Dios se verá menguado cuando en el corazón del creyente haya motivos ocultos y doble ánimo.

Una última cosa que observar en el pasaje es que el pecado y el deseo ardiente por la Palabra de Dios son mutuamente excluyentes. La manera de cultivar el anhelo por la Palabra es rechazando el pecado. Si no hay un deseo ferviente por la Escritura seguramente se debe a la presencia del pecado en el corazón. Mientras el creyente más tolera el pecado, su hambre por la Palabra va menguando y su fortaleza también. Es una espiral peligrosa. Sin embargo, el Espíritu Santo dice por medio de Pedro que el cristiano debe rechazar esos pecados ocultos para que su hambre por la Palabra crezca.

Seguramente hemos visto a niños recién nacidos que lloran a grito abierto porque tienen hambre. No les importa si son las tres de la mañana, o si sus padres están en la fila del banco, ellos quieren comer ¡y lo quieren ahora! Pedro usa esa imagen del recién nacido hambriento para ilustrar la urgencia y deseo del creyente por la Palabra de Dios.

En resumen, todo creyente es responsable de trazar correctamente la Palabra de verdad y hay dos requisitos indispensables para hacerlo, en primer lugar, se requiere que el estudiante sea regenerado por el Espíritu Santo, quién le ilumina para que entienda lo que Dios ha revelado en ella; pero también se requiere que el creyente rechace el pecado para devorar con hambre ardiente la bendita Palabra de Dios.   

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Autor: Prof. Asael Hernandez Lugo